lunes, 29 de junio de 2015

PARA CONTAR III ---------------------AGALLAS--------------------

AGALLAS

-¡Concha! ¡Ya ve a llevarle de comer a tu hermano!
Concha tenía nueve años apenas cuando ya  era la encargada de los mandado en su casa, como cualquier niño a esa edad naturalmente  refunfuñaba cada que la mandaban a hacer uno, menos cuando se trataba de su hermano, pues eso significaba que podría regresar a casa montada en el pinto, el caballo que era de su padre, pero que su hermano montaba.
-Ya voy mamá- se levantó inmediatamente y acomodó sus canicas en la bolsa de red - ¿puedo regresarme con él?
-Sí, sí puedes, pero no le vayas a estorbar y asegúrate de que no se quede mucho tiempo en la tienda- Alfonso, tenía la costumbre de llegar por un vasito de aguardiente después del trabajo, ésta además de poder subir al pinto, era una de las razones por las que le gustaba regresar con su hermano, siempre se preguntaba “¿a qué sabrá esa cosa?” le causaba tanta curiosidad ver como después de zamparse el aguardiente todos dejaban escapar un gran “AAAAAHH”.
-Sí, mamá, yo me encargo
-Ándale, pues, ya vete
Como todos los días después de ir al campo, Alfonso paró en la tienda junto con su hermana.
-Don, deme un vaso, por favor
-Servido, Alfonso.- y le pasó un vasito pequeño lleno de aguardiente blanco.
Concha veía asombrada y curiosa como su hermano hacía “AAAAAAH”, después volteó atrás y vio a todos los otros clientes hacer “AAAAAH” –Yo quiero probar eso- dijo para sí misma. Todos los días esperaba el momento en que su hermano se distrajera y poder pedirle al tendero “un vasito de aguardiente para el antojo”, pero Alfonso siempre terminaba su trago y se dirigía inmediatamente a la puerta.
II
Ahora más que nunca la niña esperaba ansiosa la hora de ir a llevarle de comer a su hermano, pero para su mala suerte: esa mañana Alfonso estaba enfermo. Tenía una garraspera muy fea y le dolía la garganta, era sólo un resfriado pero no se arriesgarían a que empeorará, así que su mamá lo mandó a reposar. Concha ya se había resignado a no ir a la tienda de aguardiente ese día y perder la oportunidad de probarlo, hasta que su madre le dijo:
-Hija, ve a comprar una botella de aguardiente para tu hermano, estoy segura que eso le quitará la garraspera, ándale ve rápido.- a la niña se le pusieron los ojos brillosos y se levantó inmediatamente de donde estaba, esta vez ni siquiera guardó sus canicas.
Llegó muy nerviosa a la puerta de la tienda, agarró aire y entro como entran los señores:
-Don, me vende una botella de aguardiente, por favor, es para mi hermano.
-Toma, son cinco pesos.
-sí… estem, ¿a cuánto da el vasito?
-¿tú para qué quieres saber?- preguntó el tendero levantando las cejas
-Ay pues nomas… ándele, ya dígame a cuánto – se sentó en la silla con cara de plegaria.
-Diez centavos, Conchita – el señor vio con interés como la chiquilla metía su pequeña mano a la bolsita de su vestido para descubrir alegremente que además del dinero de su mamá ella tría veinte centavos.
-¿Me vende uno para mí?- el señor, soltó una carcajada y viendo que esta  podía ser una buena broma decidió concederle el deseo a la chiquilla que desde hace rato había visto tan curiosa.
-Haber pues, toma, pero de un sorbo eh, como los hombres.
-COMO LOS HOMBRES- dijo la niña con voz grave y se levantó el vaso. El sonido que salió de la boca de Concha fue muy diferente al “AAAAAAAH” que ella hubiera querido que fuera, lo único que le provocó ese trago fue un grito ahogado, un agudo “IIIIIIIIIIIIIIIIIHHHJ”.

-¡“IIIIIIIHJ” cabrona! – Dijo entre carcajadas el tendero -¡Ándele con su ma’!- Concha salió pálida y avergonzada del lugar, suerte que le había sobrado diez centavos más para comprarse un chicle de menta. Después de jurar no volver a esa tienda, Conchita como cualquier niño a los nueve años, comenzó a refunfuñar hasta  cuando la mandaban  llevarle la comida a su hermano.


JACARANDA

jueves, 25 de junio de 2015

Para contar II






Mortificaciones

Teresa, como todos los miércoles decidió visitar a su madre, sabía que le gustaba el aguardiente así que pasó por la tienda de la esquina a comprar una botella, su mamá se iba a poner contenta cuando la viera sacar el regalo de su bolsa.
Tocó el timbre y nadie atendió, tocó unas cinco veces seguidas hasta que su madre salió a abrirle por fin.
-¿Mamá qué pasó, porqué tardó tanto en salir?
-Estaba viendo la tele, hija, no te podía escuchar- Teresa notó que su madre no estaba tan feliz como de costumbre, a Doña María se le podía notar la preocupación en la cara y  en sus manos sobre todo, pues cuando se ponía así de preocupada tomaba el rosario y lo agitaba como si los milagros fueran a salir volando en el acto.
-¿Mamá qué tiene?
-Nada hija, nada, mira mejor ayúdame a terminar de doblar la ropa.
Mientras doblaban la ropa Doña María encendió la televisión, justo se estaba terminando la novela de las cinco de la tarde y estaba por comenzar el programa de Pati Chapoy, se quedaron mirándola, de repente escucharon que Don José había entrado por la puerta principal, antes de salir a recibir a su marido María puso en modo silencioso el televisor, Teresa se quedó aún más extrañada “no fue tan buena idea comprarle una televisión, se está volviendo loca”; la señora regresó después de darle de cenar a Don José y entonces Teresa salió a saludar a su padre, cuando Teresa regresó notó todavía más extrañada que su madre no volvió a poner de nuevo el volumen normal a la máquina, la dejó en silencio mientras la veía muy atenta.
-Mamá ¿Por qué no le sube el volumen?
-No hija, así está bien
-¿Pero como va a saber qué dicen si no tiene volumen?
-Es que tu papá me dice que calle a esa vieja chismosa, que le cae bien gorda, entonces pues nomás me quedo a ver las imágenes hija.
La muchacha mejor no dijo nada y fue por la botella de aguardiente que había estado guardando en su bolso
-Mire lo que le traje mamá- María dejó de agitar el rosario y peló los ojos al ver la botella de aguardiente que tenía su hija en la mano
-ay hija, gracias, no sabes cómo me hacía falta un traguito de eso- inmediatamente lo destapó y le dio un trago, Doña Mari era de esa señoras duras para el alcohol- es que me agarra una mortificación hija…- y le dio otro sorbo a la botella, Teresa muy calmada decidió quitarle la botella a su madre- es que esta muchacha, hija- en ese momento la antena de chisme se alertó en la cabeza de Teresa
-¡¿Cuál muchacha, mamá?!
- Pues esta que se le perdió el hijo, la habrías de ver, pobrecilla, qué infeliz es, ¡aay no!
-¿pero quién mamá, cómo se le perdió el hijo?
-Pues que se lo robó la que era ex de su marido ¡tú crees que haya gente tan mala, hija? – decía la señora casi con lágrimas en los ojos  -Luego después se dio cuenta de que su ma’ no es su ma’ y anda buscando como loca a la de verdad, pobre gente hija y eso que uno piensa que a las de dinero les va re bien, ah como sufre esa muchacha- mientras tanto Don José se paseaba por el pasillo buscando sus sandalias- Y le digo a José y me dice que pa’ que me apuro, hija, si no tiene corazón tu padre.- El señor sólo volteó los ojos con desaprobación
-Ya mamá, ya va a ver como se arregla la vida de esa gente, si tiene tanto dinero pues de algo le va a servir, al rato ya va a ver que va a encontrar a su hijo y a su madre y que la vieja que se lo robó va a dar al bote, usted no se preocupe mamá, ya tiene bastante de qué ocuparse como para que se ande distrayendo con problemas de otras familias.
-Sí verdad hija, pues ya haber mañana en la tarde cómo le va- este comentario se le hiso aún más extraño a Teresa, decidió llevarse la botella de aguardiente.
-Va a ver que se arreglará todo, ya no se preocupe. Pues yo ya me voy, me va a estar esperando mi marido para darle de cenar, mamá.
-Ándale, hija, me saludas a los niños
-Sí- Fue a despedirse de su papá –Ya me voy papá, miré acá están sus sandalias
-Ah gracias, hija, ándale que te vaya bien- le decía mientras se ponía las sandalias- Y no le hagas tanto caso a tu mamá
-¿cómo no le voy a hacer caso? Antes usted habría de hacerle más ¿qué no vio su mortificación?
- Hija, tu mamá lo que debe hacer es dejar de ver esas novelas.
No cabía la menor duda, la televisión fue un mal regalo





JACARANDA

Para contar






¡POR EL FILO!

La noche de jaripeo eran uno de los eventos más esperados en el pueblo, Don José y Doña María habían salido directo a la plaza de toros para ver a los valientes hombres montar a las bestias cornudas. Hacía mucho que no salían después de haberse casado, así que estaban emocionados por ir a la fiesta.

El padre de María había muerto hace poco y decidieron invitar a Doña Concepción o como mejor le conocían Ma.Concha, a acompañarlos. Todos los conocidos estaban allí, los mismos amigos, los mismos borrachos de siempre. En fin, el jaripeo comenzó, el primero en montar fue la estrella del lugar, era tan bueno que  los que iban a ver como se caían bruscamente los jinetes, se aburrían, entonces comenzaban a lanzar sus vasos de cerveza. Debemos mencionar que este pueblo era un pueblo "cuetero",  pues todos traían al menos una pistola y en estas festividades nunca falta el borracho al que le molesta que le hayan tirado la cerveza encima, para ellos estos incidentes solamente se pueden arreglar de una sola manera, a balazos, lo bueno de esto es que en este lugar no estaba el típico borracho en las gradas al que le molestan esas cosas, lo malo de esto es que estaba el jinete borracho al que sí le molestaban estas cosas, el peor del caso es que ese jinete resultaba ser la estrella del pueblo, quien hasta borracho y montado en un toro, podía disparar, claro, él era bueno montando, no apuntando. Los balazos volaban en todas direcciones, la multitud de gente iba hacía las salidas de emergencia, al ver que no tenían la oportunidad de salir en ese momento José se apresuró a llevarse las dos mujeres a un lugar seguro.
-¡Aaaaay!- un grito estruendoso, cuando José volteó vio que María estaba en el suelo con la cara tapada y gritando:
-¡AAAy José, creo que me dispararon!-
Una de las cosas que dicen que se sienten cuando te disparan es que la sangre es muy caliente, con todo esto se puede comprender la simpática confusión de María. Al ver lo que pasaba, José con la cara roja de rabia sacó su moruna y comenzó a pegarle (con el lado sin filo) al borracho que se atrevió a orinar en la pierna de su mujer, ésta al ver lo que sucedió se levantó asustada gritando:

-¡Déjalo José, déjalo!- 
Por el contrario Ma. Concha, emocionada, animaba -¡Por el filo, José, por el filo!





JACARANDA

domingo, 21 de junio de 2015

De corta edad


DE CORTA EDAD

- ¿Disculpa? ¿qué dijiste?- dijo ella, en ése momento sentí que mi pecho ardía, primero pensé que era mi corazón en llamas, luego recordé la torta ahogada del desayuno.
-no es nada, perdón- me arrepentí, no, no era el momento aún.

I
Quizá es estupidez de los quince años, a esa edad todos se enamoran y hasta el hambre se confunde con mariposas; mariposas, a mi ni me gustan, es gracioso que cuando aparezcan sepas que te gusta alguien, pero no, no me gustan. A ella no parecían gustarle tampoco, no se veía de ese tipo, pero quien sabe, quizá el naranja de su cabello y el negro de su labial indiquen un gran fanatismo por las mariposas  monarca, sin duda alguna ella es extraña, no me sorprendería que le gustaran esas cosas, pero su facha no habla de ello. 

Muchas veces no sabemos a dónde nos llevarán estos encuentros. Ella fue quien hizo temblar mi suelo, imaginación, cabeza y otras partes del cuerpo que a mi edad se agitaban muy fácilmente. Era mayor, me enseñó todo lo que quería saber acerca del amor y sus derivados. Entonces lo supe, para ella era solamente un muchacho de quince años en plena adolescencia que no dudaría en experimentar locuras que a su edad  ya están muy gastadas, quería a alguien que fuera capaz de sorprenderse con todo lo que hacía y quizá dejarme un poco de lado cuando todo aquello fuera también gastado para mi. Sentirse un poco idolatrada por mi, alguien con ojos nuevos. 

II
Pasado el tiempo comencé a pensar que cinco años de diferencia realmente no nos hacían tan diferentes, después de todo ya habíamos hecho muchas cosas juntos, cosas que a la edad que yo tenia en ese entonces no son para nada comunes. Pero ya lo había pensado, quién soy yo para esta chica totalmente abierta al mundo pero a la vez tan fuera de él, pues sí, yo estaba abierto a ella. Me veía como un niño, y no  desperdiciaba las oportunidades que tenía para poder decírmelo: "pero sólo eres un niño, no debería decirte estas cosas"  "aún eres tan inocente", cuando ella era quien había tachado la palabra inocencia de mi pobre diccionario -¡Genial, una palabra menos!- siempre que comenzábamos algo temía decir palabras o hacer movimientos que le provocara decir cosas como "qué inocente eres", por eso y más me comencé a sentir incómodo, ya no pertenecía a ese mundo, ya no me sentía bien en ese mundo, en su mundo, mis ojos recién abiertos aun eran muy nuevos para ella.

Lo que siempre era nuevo era el color de su cabello, se parecían tanto a los colores de las mariposas, igual, jamás supe si le gustaban o no, en realidad no supe mucho de ella, sólo lo que era necesario para estar juntos, lo cual era físicamente exigente para mi poca condición, tal vez sí era muy joven para esta mujer. El que diga cosas como "En el amor la edad no importa" seguramente nunca se enamoró de alguien cinco años mayor.

III
La edad me seguía importando, cada vez se hacía más notoria la diferencia, para ese momento yo tenía ya dieciséis años ¡mi edad aumentó! pero la de ella también. 

Comenzó a trabajar en un bar, tenía todo el buen aspecto para hacerlo, a mi me gustaba esperarla hasta que su turno terminaba, obviamente no estaba permitido para una persona de mi edad beber en tales establecimientos, así que tomaba soda y la veía trabajar. Me sorprendía lo bella que se veía al servir tragos, tararear para sí misma, incluso me gustaba verla fumar, de repente me miraba, de vez en cuando me robaba uno que otro beso -debo admitir que me llegué a sentir un poco castrado-, yo no lo hacía, era demasiado tímido para mostrar afecto en público, bueno, la pena me la fue quitando de a poquito. Allí, en ese bar fue donde comencé a sentirme más imberbe -¿cómo deseaba una barba!-, más de lo que ella me hacía sentir, en un bar siempre habrá personas mayores a los dieciséis y cuando hablaban con ella yo notaba la diferencia en sus conversaciones y las mías. El simple hecho de quedarme parado junta a ella y verla trabajar ya me hacía sentir peor, la mayoría del tiempo no sabía que hacer: no quería irme y no quería que sintiera que necesitaba atención todo el tiempo, yo no era un niño, no junto a ella.

IV
- ¿Disculpa? ¿qué dijiste?- dijo ella, en ése momento sentí que mi pecho ardía, primero pensé que era mi corazón en llamas, luego recordé la torta ahogada del desayuno.
-no es nada, perdón- me arrepentí, no, no era el momento aún. Jamás le dije lo que pensaba de la edad, jamás le dije que lo que me decía en sus momentos dulces no me parecía más que el caramelo que se le da a un niño para que siga en el juego. La edad sí importa, podría no importar, de no saber el significado de la palabra "niño" nuestros cinco años de diferencia podrían haber sido solamente cinco meses. 
-Por favor, deja de decirme "niño"- estaba a punto de llorar como uno, después de eso se acabó, jamás me miraría diferente
-Eso es lo que me gusta de ti- 

Me besó como a un hombre. 






JACARANDA

viernes, 19 de junio de 2015

Gris, vacío, solamente gris.




Gris, vacío, solamente gris.


La tristeza es embriagante, recorre los huesos, provoca sufrimiento, dolor, soledad. Es triste no saber el por qué de pronto uno se siente triste. La pesadumbre en los hombros, el pecho bajo presión, el espíritu caído. El cielo de un tono tan gris, vacío, solamente gris. Un gris que amenaza con abarcarlo todo, con tragarse todo, incluso a uno mismo. Desaparecer de la memoria, como todo, en el gris que a todo rodea. Esa tristeza inexplicable, imposible de compartir, de comunicar, de conocer. Sentir es lo único que queda. Sentir la tristeza, sentir… ¿Acaso no es esto la luz que indica el final del túnel? ¿Acaso sentir no representa en sí la mejor manera de saber que la vida aún no ha terminado? Pero ¿con qué propósito seguir viviendo si la tristeza es el único sentimiento del que se conserva memoria alguna?
Hasta la tristeza se puede disfrutar. Porque en el hervor del éxtasis, en la indefinida dicha en otras ocasiones sentida también se saborea el vacío que en uno habita. Disfrutar sentirse triste. Tristemente sentirse vivo. Tener la oportunidad de algo tener que evadir. Justificar la tristeza o lo que de ella emane. Y que cuando todo acabe, cuando al fin todo termine, saber que la tristeza sentida, nunca fue en vano. Y entonces morir feliz.


Leonardo Guedázz