miércoles, 4 de junio de 2014

LAS CUATRO ESTACIONES. INVIERNO, PARTE III

Un ligero mareo hizo que se me nublara la vista, mi estómago comenzó a revolverse mientras mi respiración se agitaba deprisa. Di varios pasos hacia atrás pues no podía mantener el equilibrio, tuve que sostenerme de la pared para evitar desmayarme, accidentalmente tiré la vela que yacía en el ropero, unos cuantos papeles viejos comenzaron a incendiarse y al instante todo se hacía más claro. Un cuarto malgastado apareció ante mis ojos, la pintura se caía a pedazos, el suelo tenía decenas de agujeros y el hedor parecía aumentar cada vez más. Traté de controlar mi respiración mientras trataba de comprender aquella extraña frase: “...murió dos años atrás”, aquellas palabras resonaron en mi cabeza con un eco infinito, profundo y perforante. ¿Muerta? ¿Cómo era posible? Anne acababa de abrirme la puerta, habló conmigo, ¡yo la había visto!...
Respiré profundo.
Estaba seguro de algo; por más odio que mi madre me tuviera no se atrevería a mentirme de esa forma, pensé que mi madre probablemente estaba perdiendo la cordura debido a su edad. Eso me tranquilizó un poco.
         – Estás equivocada madre – le dije tranquilizando su enojo y apagando los papeles incendiados – Anne acaba de bajar las escaleras, seguramente estás cansada, deberías dormir un poco más
            – ¡No trates de engañarme imbécil! – sus gritos cada vez eran más fuertes y, a la vez, más cansados – lo que tú quieres es robarme la llave y no la conseguirás, pierdes tu tiempo aquí
         De pronto comenzó a perder el aliento y a toser de nuevo, no me atreví a acercarme para auxiliarla, pensé que ello la podría poner peor, así que sólo esperé en la esquina del cuarto analizando sus palabras. ¿A qué se refería con llave?, según recordaba, mi madre jamás guardaba nada relacionado con el cuidado de la mansión. Precisamente era esa la razón por la que había contratado un ama de llaves. Pero que podía saber yo, me había ido hace seis años, ella podría haber cambiado, comprado un cofre de tesoros o tal vez tenía una habitación que había cerrado permanentemente. No le tomé importancia (mi tercer error) y me acerqué lentamente hacia su cama. Mientras caminaba pude percatarme que el cuerpo de mi madre parecía estar más pequeño. Un encogido bultito reposaba sobre aquella cama. La peste se regaba por todo el cuarto, pero no entendía el porqué. Tal vez era la madera podrida de las paredes o el musgo del piso, la verdad no me importaba el olor, con tal de ver a mi madre soportaría todo. Al llegar junto al borde de la cama descubrí el origen de tan apestoso aroma, al parecer, las sábanas no habían sido lavadas en mucho tiempo. Estaban llenas de manchas amarillentas y de un carmesí desgastado.
         – Madre – le susurré mientras acercaba mi mano para tocar su hombro
            Las sábanas comenzaron a moverse y por un momento tuve la esperanza de ver la sonrisa de mi madre al verme, pero estaba muy equivocado. La tela de la sábana por fin cayó y ella volteó la cabeza para verme. No pude evitar lanzar un grito al aire mientras caía al suelo muerto de miedo.
Aquella cosa en la cama no era mi madre. Su cara estaba dividida en dos parte; la primera parecía estar normal, sus ojos azulados, piel arrugada, unos labios que, además de estar partidos a la mitad, también tenían severas cortadas por todas partes. Aquella era la parte normal, la que podría pasar por mi madre, en cuanto a la otra mitad, esa era otra historia. Un cráneo expuesto resaltaba de la mejilla hacia abajo, aún quedaban pedazos de piel colgando del hueso. Un agujero oscuro y profundo ocupaba el lugar del ojo, los dientes expuestos eran todos afilados como colmillos. Del cuello le colgaba una cadena de oro y en medio de ella había una pequeña llavecilla. Aquella no era mi madre, era un monstruo, un horrible y espantoso monstruo. Me levante como pude y corrí tan rápido como pude hacia la puerta. Intente abrirla pero, aun cuando creía que las cosas no podían empeorar, aquella manija parecía estar atorada, no podía abrirse. Detrás de mí la figura anciana comenzaba a ponerse de pie y se acercaba muy lentamente. Todo su cuerpo estaba dividido a la mitad tal y como lo estaba su rostro, de un lado, vestida con una bata blanca, parecía normal, del otro, un esqueleto de color grisáceo con una bata rota y sucia estaba apareciendo.
         Mi corazón parecía estar a punto de explotar, estaba muerto de miedo mientras golpeaba una y otra vez la puerta con la esperanza de que ésta se rompiera y al fin pudiera salir. Desesperado giraba mi mirada hacia todos lados, todo en cuestión de segundos. Miré hacia abajo en el borde de la puerta y ahí parecía estar la solución, una silueta parecía estar parada del otro lado.    
– ¡Auxilio! – grité con todas mis fuerzas mientras golpeaba la puerta – ¡Ayúdame, por favor!
            – ¡La llave! – me gritaron como respuesta, era la voz de Anne – ¡tienes que quitarle la llave!
            – ¿Quieres que haga qué? – respondí furioso – ¡déjate de estupideces y abre esta maldita puerta!
         Pero ella no la abrió, se quedó ahí parada sin hacer nada. Cuando giré mi mirada en busca de otra salida ahí estaba el monstruo frente a mí, cara a cara mantuve fija mi mirada al único ojo que ella tenía. Estaba más que asustado, el terror me invadía de pies a cabeza, mis rodillas temblaban, mi corazón latía lo más rápido posible y el sudor recorría mi espalda. “Es una pesadilla”, me repetía a mí mismo.
Aquel monstruo comenzaba a acercar su rostro al mío. Respiraba muy lentamente por la boca, su aliento apestaba a carne podrida. Se acercó lo más posible a mí y empezó a susurrarme al oído.
         – Debes tener un sabor delicioso Alfonse – me dijo lamiendo mi mejilla, su lengua estaba seca y era una sensación de arena recorriendo mi piel – es una lástima que vayas a morir aquí y a manos de tu propia madre, que lástima, parecías un buen chico
            El monstruo abrió la boca y justo cuando pensé que la mordida llegaría, un enorme crujido pudo oírse bajo nosotros, la madera en la que yacía parado comenzó a agrietarse. Miré el ojo azul de mi madre por última vez.
            Luego, el piso se partió.
            – ¡No! – gritó el monstruo
            – ¡Alfonse! – gritó Anne al mismo tiempo