Caminaba
desahuciada a través de las calles. Tenía las manos amarradas a un caballo
quien era montado por un jinete de casi dos metros de altura. Ella iba descalza
pisando la piedra caliza de las calles por donde caminaba. A los lados la gente
se había congregado para observar a la condenada y algunos, más descarados,
arrojaban comida o rocas hacia la chica. “Bruja – gritaban una y otra vez –
mátenla, es una hechicera”. Era
impresionante como una sola palabra podía hacer olvidar a las personas todo el
aprecio que había existido por tantos años. Al final llegaron al puente de
piedra donde podía apreciarse la corriente del rio asesino de mujeres, niños,
hombres y demás personas acusadas de crímenes bárbaros o blasfemos. Caminó a
través del puente de piedra, arrastraba los pies deseando que aquel momento
jamás llegara, pero sin nada que hacer sólo pudo llorar. Las caras a su
alrededor tan solo mostraban el mayor desprecio que ella pudo haber visto,
incluso cuando aquellos rostros le eran conocidos, unos más que otros. Mucha
gente dice que cuando se está al borde de la muerte tu vida pasa ante tus ojos
en un instante, y para ella no fue la excepción. Yo iba junto a ella y aunque
podía ver sus recuerdos no podía escuchar sus pensamientos.
Había observado a Juliana desde
hacía tiempo atrás, me parecía fascinante su inteligencia y su astucia para
crear remedios caseros de la nada. Parecía que tan sólo tomaba unas cuantas
plantas, mezclaba extraños brebajes y pociones para crear un elixir que
pareciera curaba todo. Juliana era una joven bastante hermosa para su edad.
Tenía el cabello negro y unos pequeños ojos de color castaño. Gozaba de una
sonrisa muy bella y sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas a diferencia de
su piel tan blanca. Yo la consideraba mi amiga, aunque ella no podía verme o
escucharme. Mi espíritu quedo con ella por casualidad ya que había intentado
salvarme de una herida por la espada pero nada, ni siquiera los famosos
brebajes, pudieron salvarme de mi repentina muerte. Mi fantasma quedo vagando
por las calles de Westminster.
Al pasar de los días su historia y
su rutinaria vida me parecían bastante asombrosas. En su casa vivían ella, sus
padres y los tres pequeños hermanos. Todos parecían felices a pesar de vivir en
la absoluta miseria. Juliana cobraba poco por sus remedios al igual que su
madre así que el dinero que ganaban no era suficiente por lo que su padre,
hábil en el arte de la siembra, había conseguido un puesto estable de vegetales
en el mercado de víveres. Al poco tiempo los frescos frutos que lograban vender
se hicieron famosos y pudieron tener una cierta estabilidad vendiendo coles y
rábanos. Por aquellos días las cosas no iban muy bien en Westminster, numerosos
arrestos habían sido propiciados por la iglesia hacia personas acusadas de
brujería. Desde mujeres jóvenes o esposos blasfemos ante al que llamaban el
todopoderoso. Más de tres conocidos para Juliana fueron a parar ante la grave
inquisición que castigaba brutalmente a todo aquel que negara su poder, sin
duda alguna, era una época en la que todos vivían con miedo. El cardenal del
reino parecía ser un paranoico obsesivo por la limpia de herejes durante su
mandato; él era la principal causa por la situación en que se encontraba
Juliana.
Todo había comenzado apenas tres
días antes cuando cierta cortesana de busto abultado llegó al puesto en donde
Juliana atendía.
– Quisiera cuatro manzanas por favor – dijo la chica con un tono altanero
– Por supuesto – contestó Juliana dedicándole una sonrisa y entregándole
las manzanas – seria medio denario por favor
Espantada por el aparente excesivo precio la chica arrojo las manzanas a un
lado y se fue ofendida ante la aparente estafa. Haciendo caso omiso Juliana
recogió las manzanas que aun servían.
– Si yo fuera tú estaría asustada – le dijo un hombre que casualmente
pasaba por ahí
– ¿Y eso por qué?
– Esa chica es Ortissa – contestó el caballero – es una de las sobrinas
consentidas del cardenal, tiene mucha influencia en el reino y por lo que sé
ella es muy rencorosa, anda con cuidado estos días, no sé qué vaya por irse
contra ti por cuatro manzanas
Dicho eso el hombre se alejó y con él dejo la duda. Aparentemente ahora
ella estaba metida en semejante apuro, pero eso no le importo, alzo los hombros
y continuo con su día, no iba a dejar que una chica caprichosa arruinara un
viernes tan hermoso.
Pocos días después del incidente con Ortissa el otoño llego a Westminster.
Juliana necesitaba algunos ingredientes para las sanaciones que hacia su madre
por lo que tuvo que ir a distintos puntos en el reino. Buscando entre negocio y
negocio tropezó con alguien por accidente. Eran los ojos más amielados que ella
jamás había visto, por lo que quedo impactada al tropezar con aquel individuo.
Con una vista rápida hacia su persona no le quedo la menor duda que era un
soldado de la guardia del rey, pero eso no le importo al momento en que armándose
de valor le pregunto su nombre.
–
Fernán – contestó con voz dulce, acto seguido, dio media vuelta y comenzó a
caminar, sin quitar la sonrisa de su rostro. Y justo cuando estaba a punto de
desaparecer de la vista una voz a lo lejos gritó
– ¡Yo soy Juliana! – el soldado sonrió, hizo una reverencia y luego se fue
Al girar mi mirada pude percatarme que, desde una ventana en lo alto, la
joven Ortissa había observado la escena y se llenó de rabia. Según me enteré
después, tiempo atrás ella había sido rechazada por Fernán ante su incesante
deseo de cortejo, según el soldado, la razón por la que declinaba su oferta era
que no deseaba problemas con el cardenal y que, además, él no estaba interesado
en las mujeres por ahora. Cuál fue su sorpresa al ver que parecía preferir a
una sucia granjera antes que a ella. Llena de orgullo se apresuró para ir hacia
el puesto donde yacía Juliana y hacerle una espantosa escena de la mayor
humillación posible, pero algo cambió por completo las cosas. Pude observarla
antes de llegar y el cómo se quedó inmóvil ante Juliana: “Gracias damita –
decía un anciano al ser aliviado de un dolor en la pierna – usted tiene manos
mágicas”.
Vi que dio media y decidí seguirla a través de los callejones, al parecer,
llevaba bastante prisa. Cuál fue mi sorpresa cuando, en lugar de ir hacia su
hogar, había ido hacia donde estaba su tío el cardenal. Entre tantas mentiras y
engaños logró convencerlo de que Juliana, la chica del pueblo, era una bruja y
que practicaba el arte de la magia negra, por lo que debía ser arrestada y
juzgada ante la inquisición por sus diversos crímenes. Su tío, Johan, tuvo severas dudas ante aquel
caso de brujería, pero al ver los caprichos e insistencias de su sobrina
favorita no pudo negárselo, la confianza que le tenía era inmensa, así que sin
pensarlo dos veces armo un escuadrón de tres hombres y mando arrestarla.
Regresé tan rápido e intente advertirle inútilmente, grité y pataleé lo más
que pude pero ella no me escuchaba. Sin saber nada Juliana caminaba hacia su
casa sin ninguna preocupación, cosa que cambió drásticamente al ver a los
soldados en la puerta de su hogar, sabía lo que aquello significaba, venían a
arrestar a alguien. Justo cuando se proponía a avanzar uno de los soldados giro
su vista y se encontró con ella.
– ¡Atrápenla! – grito fuertemente
Dando un giro impresionante, Juliana comenzó a correr lo más rápido que
podía, sin mirar atrás, sin detenerse. Su corazón latía cual corcel corriendo
libremente, tenía su respiración agitada y el sudor de la frente era frio como
el invierno. Utilizaba todas sus fuerzas para correr más y más rápido, sus
extremidades le dolían por el esfuerzo, pero ella no pararía ante nada y lo
sabía. Las calles empedradas de Westminster se hacían eternas, no importaba
quien se interpusiera en su camino, ella solo empujaba llena de miedo, sabía
que debía escapar de ahí lo más pronto posible. No deseaba saber para que la
quisieran los soldados, no pensaba averiguarlo. Y justo cuando pensaba que
había logrado huir, unos brazos cálidos la acogieron, giro su vista hacia
arriba y sonrió, conocía aquellos ojos dulces. Pero la mirada esta vez lucia
apagada, triste, con un solo movimiento de la cabeza en forma de negativa
termino el sentimiento de alegría que sentía por verlo.
– Lo lamento – dijo Fernán entristecido – son órdenes
Aquel hecho rompió su corazón, sin oponer resistencia alguna fue conducida
ante la carroza llena de rejas que le esperaba, subió despacio mientras
observaba las demás mujeres horrorizadas. Girando una mirada decepcionada hacia
Fernán, fue conducida hacia el edificio principal de la inquisición. Al llegar
ahí fue llevada hacia una gran sala oscura donde los sacerdotes esperaban para
juzgarla. Justo al entrar los ojos llenos de desprecio fueron navajas en su
interior, sabía que el veredicto final no sería nada bueno. Los rostros la
miraban de arriba hacia abajo, con pensamientos de tortura. No paso tanto
tiempo antes de que la declararan culpable y fuera condenada a ser ahogada bajo
el puente de piedra.
Pasados unos minutos llego un soldado, con bastante agresividad le amarro
las manos y luego las sujeto a un caballo que se disponía a montar. Este sería
el hombre que la dirigiría hacia el puente de piedra. Así, mientras Juliana
cruzaba las calles empedradas de Westminster, aquellas donde había conocido a
tantas personas, ahora era motivo de burlas e insultos de aquella misma gente.
Ahora ella era una chica denigrada, marginada por su propio pueblo. Al final
llegamos a la orilla del puente y comenzaron a amarrarla de los pies mientras
soltaban la cuerda del caballo. Me sentía impotente mientras observaba, pero
eso duró poco, de la nada ella alzó la mirada y por un momento sentí sus ojos
sobre mí. Luego, sólo sonrió al ser arrojada hacia el río.
Juliana se agitaba debajo del agua con
tal desesperación que Fernán no pudo soportarlo y se retiró del lugar. Cuando
la cuerda al fin se tensó, el comandante hizo que la subieran, pero algo
extraño sucedió, el cuerpo era demasiado ligero, como si el agua en sus
pulmones hubiera reducido su peso. El fin de la cuerda hizo exhalar un suspiro
de asombro entre los que observaban la ejecución, el cuerpo se había
desvanecido y ahora no quedaba más que su ropa empapada. Detrás de mí pude
escuchar un susurro con voz femenina hablándome al oído: “No todas las brujas
son malas”.