martes, 8 de julio de 2014

Morir de mal de prosa junto a la playa por Hombre de Carbón


Morir de mal de prosa junto a la playa.
 
 
 
 

Puedo morir de mal de prosa,  para escribir del rompe-olas, del hiato infinito entre tus labios y mi nombre, del sol y su llanto sobre mi piel caliza; morir de mal de prosa para escribir sobre la playa, en la que un día las gaviotas acecharon nuestro andar como carnada y tragarlo con boca de olvido; entonces he de morir de mal de prosa para escribir sobre mi muerte contigo. Porque es hablar de féretros.  De epitafios escritos con sal y enmarcados con escamas de un corazón iracundo. Las vísceras de nuestro reloj explotan,  se han roto y todas sus partículas yacen a la orilla de la playa como peces globo pinchados con petróleo.

Tejimos con arena tu tacto y el mío, sin embargo la red se debilitó, demasiada tensión para tratar de capturar las ambrosías bajo este cielo ámbar, de cirros y vientos húmedos como el último hálito de tu sexo en mi lenguaje. Mensajes suicidas en las botellas. Y no las que arrojan al mar, botellas que se exprimen en la barra de algún bar. Naufrago. Faquir. En la memoria de la diáspora de tus recuerdos mórbidos me encontré perdido frente al espejo de mi habitación, vaya andar el mío. Seductor lúdico, intento llegar al encuentro de mi prosa y de su muerte y de la mía, más mía que tuya. Trepando en la balsa de tu espalda, remé con mi tórax contra la marejada de los borrones y bosquejos de tus besos   mortíferos en  mi libreta. Puntos suspensivos después de la palabra caricia… punto y aparte.

 -Antes de morir de mal de  prosa, ¿qué deseas?- Me preguntas ingenua.

-Tarolas y trompetas de un Miles Davis afectado por la heroína, como yo de la prosa. Levantar por última vez con nuestras manos siameses una caracola y escuchar Autumn Leaves. Orquestas de quimeras en el letargo de un yo, que se dirige con dirección contraria a la conjugación futura de tus verbos. Velas encendidas al borde de cada letra.  Espectáculos de luces impactando  en el vestido espuma, que muestra  la entrepierna del agua  y el vaivén de vello púbico en las algas que enredan nuestros pies. Que enreda mi muñeca al lápiz y éste a tu letra, cortejando un vals hasta salarnos la piel. Que enreda el mal de prosa de mi vida a su muerte y tú… quedas viva. Salvándote de quedar anclada en las mareas turbias de mis palabras, mientras que yo me enfermo de este mal que escribo.-

 

Hombre de Carbón.