Morir
de mal de prosa junto a la playa.
Puedo
morir de mal de prosa, para escribir del
rompe-olas, del hiato infinito entre tus labios y mi nombre, del sol y su llanto
sobre mi piel caliza; morir de mal de prosa para escribir sobre la playa, en la
que un día las gaviotas acecharon nuestro andar como carnada y tragarlo con
boca de olvido; entonces he de morir de mal de prosa para escribir sobre mi
muerte contigo. Porque es hablar de féretros.
De epitafios escritos con sal y enmarcados con escamas de un corazón
iracundo. Las vísceras de nuestro reloj explotan, se han roto y todas sus partículas yacen a la
orilla de la playa como peces globo pinchados con petróleo.
Tejimos
con arena tu tacto y el mío, sin embargo la red se debilitó, demasiada tensión
para tratar de capturar las ambrosías bajo este cielo ámbar, de cirros y
vientos húmedos como el último hálito de tu sexo en mi lenguaje. Mensajes
suicidas en las botellas. Y no las que arrojan al mar, botellas que se exprimen
en la barra de algún bar. Naufrago. Faquir. En la memoria de la diáspora de tus
recuerdos mórbidos me encontré perdido frente al espejo de mi habitación, vaya
andar el mío. Seductor lúdico, intento llegar al encuentro de mi prosa y de su
muerte y de la mía, más mía que tuya. Trepando en la balsa de tu espalda, remé
con mi tórax contra la marejada de los borrones y bosquejos de tus besos mortíferos en mi libreta. Puntos suspensivos después de la palabra
caricia… punto y aparte.
-Antes de morir de mal de prosa, ¿qué deseas?- Me preguntas ingenua.
-Tarolas
y trompetas de un Miles Davis afectado por la heroína, como yo de la prosa. Levantar
por última vez con nuestras manos siameses una caracola y escuchar Autumn Leaves. Orquestas de quimeras en
el letargo de un yo, que se dirige con dirección contraria a la conjugación
futura de tus verbos. Velas encendidas al borde de cada letra. Espectáculos de luces impactando en el vestido espuma, que muestra la entrepierna del agua y el vaivén de vello púbico en las algas que
enredan nuestros pies. Que enreda mi muñeca al lápiz y éste a tu letra,
cortejando un vals hasta salarnos la piel. Que enreda el mal de prosa de mi
vida a su muerte y tú… quedas viva. Salvándote de quedar anclada en las mareas
turbias de mis palabras, mientras que yo me enfermo de este mal que escribo.-
Hombre de Carbón.