viernes, 23 de enero de 2015

MIEDO



Leonardo volvió a sentarse. No estaba seguro de qué esperar. No diario se encontraba con una disyuntiva similar. Aceptar la realidad que su consciencia le presentaba o abandonar tal pesimismo y correr hacia la ilusión del momento. “Todo lo que empieza siempre acaba, y por lo general lo hace mal”. Era el pensamiento que lo acosaba. Pero esa era la verdad, era lo que él creía era la verdad. Aún así la emoción por experimentar la esperanza, el deseo de lo imposible lo seducía. No sabía que decisión tomar, nunca había sido bueno en este tipo de elecciones, ni en ninguno. Tomar el riesgo o no tomarlo, pensó en ese momento que la propia vida es un riesgo en sí. Se sintió absurdo, tonto, cobarde. Debía arriesgarse, pero así era, tenía miedo. Porque hace tiempo había perdido la posibilidad de confiar ciegamente. Además siempre lo perseguían los fantasmas del fracaso. ¿Qué pasaría si lo que estaba ante él se convertía en lo que siempre había soñado? ¿Qué si con ello tocaba el éxtasis tan anhelado? ¿Qué pasaría cuando todo acabase mal? Porque él sabía que acabaría mal. ¿Qué si no podía aceptar volver a la realidad? ¿Qué sería lo peor? El tiempo transcurría. El momento de tomar su decisión se acercaba. Su nerviosismo era evidente. Se vio sorprendido por una gota de sudor cayendo por su sien. ¿Cómo afectaría esto la decisión y situación que en momentos afrontaría? Volteó la vista. Vio a esa persona acercarse. Fue ahí que el ataque de pánico se presentó. Su pulso lo sentía a mil. El corazón casi abandonaba su pecho. Respirar le resultaba prácticamente imposible. Inútilmente trató levantarse de la mesa, salir corriendo, pero sus piernas nunca le respondieron. Ya era muy tarde. Aquella persona había llegado. No había escapatoria. Tendría que hacerlo. Así lo hizo. Aclaró un poco su garganta y se dispuso… a comer su postre.

Leonardo Guedázz