Gris,
vacío, solamente gris.
La tristeza es embriagante, recorre
los huesos, provoca sufrimiento, dolor, soledad. Es triste no saber el por qué
de pronto uno se siente triste. La pesadumbre en los hombros, el pecho bajo
presión, el espíritu caído. El cielo de un tono tan gris, vacío, solamente
gris. Un gris que amenaza con abarcarlo todo, con tragarse todo, incluso a uno
mismo. Desaparecer de la memoria, como todo, en el gris que a todo rodea. Esa
tristeza inexplicable, imposible de compartir, de comunicar, de conocer. Sentir
es lo único que queda. Sentir la tristeza, sentir… ¿Acaso no es esto la luz que
indica el final del túnel? ¿Acaso sentir no representa en sí la mejor manera de
saber que la vida aún no ha terminado? Pero ¿con qué propósito seguir viviendo
si la tristeza es el único sentimiento del que se conserva memoria alguna?
Hasta la tristeza se puede
disfrutar. Porque en el hervor del éxtasis, en la indefinida dicha en otras
ocasiones sentida también se saborea el vacío que en uno habita. Disfrutar
sentirse triste. Tristemente sentirse vivo. Tener la oportunidad de algo tener
que evadir. Justificar la tristeza o lo que de ella emane. Y que cuando todo
acabe, cuando al fin todo termine, saber que la tristeza sentida, nunca fue en
vano. Y entonces morir feliz.
Leonardo Guedázz