viernes, 19 de junio de 2015

Gris, vacío, solamente gris.




Gris, vacío, solamente gris.


La tristeza es embriagante, recorre los huesos, provoca sufrimiento, dolor, soledad. Es triste no saber el por qué de pronto uno se siente triste. La pesadumbre en los hombros, el pecho bajo presión, el espíritu caído. El cielo de un tono tan gris, vacío, solamente gris. Un gris que amenaza con abarcarlo todo, con tragarse todo, incluso a uno mismo. Desaparecer de la memoria, como todo, en el gris que a todo rodea. Esa tristeza inexplicable, imposible de compartir, de comunicar, de conocer. Sentir es lo único que queda. Sentir la tristeza, sentir… ¿Acaso no es esto la luz que indica el final del túnel? ¿Acaso sentir no representa en sí la mejor manera de saber que la vida aún no ha terminado? Pero ¿con qué propósito seguir viviendo si la tristeza es el único sentimiento del que se conserva memoria alguna?
Hasta la tristeza se puede disfrutar. Porque en el hervor del éxtasis, en la indefinida dicha en otras ocasiones sentida también se saborea el vacío que en uno habita. Disfrutar sentirse triste. Tristemente sentirse vivo. Tener la oportunidad de algo tener que evadir. Justificar la tristeza o lo que de ella emane. Y que cuando todo acabe, cuando al fin todo termine, saber que la tristeza sentida, nunca fue en vano. Y entonces morir feliz.


Leonardo Guedázz