UNA
MEZCLA DE HORROR Y TRISTEZA
En la
infancia uno no es consciente de mucho, de la mortalidad del humano, por
ejemplo. Yo realmente pensaba que no había fin en la vida, que no habría fin
para mis juegos y travesuras; que Don Joaquín seguiría viejo por siempre.
Los sollozos de Doña Margarita se
escuchaban hasta mi casa, en ese entonces eran mi música de juego. La preocupación
salía de las manos de mi mamá mientras amasaba ¿quién estará cuidando a los
niños? Y seguía amasando. Don Joaquín había fallecido dos días antes, de cáncer
de pulmón, creo; yo nunca había visto a un muerto, tenía ocho años cuando vi a
Don Joaquín tendido en un petate, todavía no lo metían a la caja, si la
tuvieran lo habrían hecho, si tuvieran dinero la habrían comprado.
Recuerdo que le preguntaba a la
gente “¿por qué está así Don Joaquín?”, todos me decían que estaba dormido, ya
eran más de las doce de la tarde y no comprendía por qué no despertaba aún. Supe
que ya no desertaría cuando mi mamá me dio un coscorrón por zarandear el cuerpo
queriendo ver al viejo abrir los ojos, pero nada. Tal vez era el egoísmo de un
chiquillo, pero realmente me hubiese gustado que abriera los ojos para ir a los
caballitos de los portales, que hiciera aritos de humo con el humo de su
cigarrillo o que me mandara a robarle manzanas del jardín a Doña Lupita; mis pensamientos
de desvanecieron de sopetón cuando vi
llegar la caja de muerto, al parecer Don Chema había vendido uno de sus
caballos para poder comprarla, después de todo era su mejor amigo, incluso mío.
Cuando Don Chema me cargó limpió sus lágrimas en mi camisa “¿cómo ves? Ya se
nos fue Joaquín”; me bajó para que lo viera más de cerca, la tapa estaba muy
pesada y por más que traté no la pude abrir, los demás sólo me miraban con cara
larga. Mi mamá me llevo un tamal de chile negro, me encantaba el chile negro,
pero no me lo quise comer, miré a mi alrededor, nadie estaba sonriendo, excepto
Don Chema que estaba en la puerta, parecía que hablaba con la botella de
tequila medio vacía “quiero ser grande para tomar tequila”, eso pensé; del otro
lado estaba mi mamá ayudando a Doña Margarita con los niños, ella los arrullaba
mientras Doña Margarita lloraba. Todo junto me dio una sensación de horror y
tristeza, y por primera vez le lloré a un muerto.
JACARANDA