jueves, 19 de junio de 2014

LAS CUATRO ESTACIONES. INVIERNO, PARTE IV

Mantuve mis ojos cerrados todo el tiempo, todo pasó tan rápido que sólo esperaba el golpe al caer sintiendo un nudo en el estómago. “Moriré”, me dije apretando la mandíbula, sin embargo, nada de eso ocurrió. De pronto, la sensación se detuvo de la nada y pude sentir el firmamento bajo mis pies. Abrí los ojos y me quedé atónito. Fue como estar ciego por un momento, la oscuridad era tan espesa que me sentía atrapado dentro de un ataúd. Solo era vacío, no había viento alguno. El piso era terroso y muy áspero. Lo único que se oía era el ritmo de mi respiración agitada y mis pasos en círculo buscando un punto de referencia, algo que pudiera ayudarme a ubicarme, pero nada pasó en aquél momento, sólo silencio y penumbra me acogieron en ese lugar. Respiré profundo e intenté calmarme pero fue inútil, estaba muy asustado como para comprender qué demonios debía de hacer. Moví mis brazos en todas direcciones hasta que por fin pude sentir un muro a mi derecha. Pero algo estaba mal, la sensación en las yemas de mis dedos indicaban que aquello era algo viscoso, espeso y pegajoso. Un candelabro gigante se encendió en el techo del pasillo y pude observar todo al instante. Manos y ojos sobresalían de las paredes mientras aullidos de dolor comenzaron a acrecentarse y esparcirse. Algunas manos también sobresalían del piso intentando halarme hacia ellas.  Lleno de pánico lo único que alcanzaba a pensar era en correr, pero mis piernas parecían haberse paralizado. Forcejeaba, gritaba y golpeaba repetidas veces. “Es sólo un sueño – me dije tratando de tranquilizarme – es sólo una horrible pesadilla”. De la nada algo me golpeó por detrás de la cabeza y todo se tornó oscuro.

         Cuando desperté todo había cambiado, una luz muy opaca de color grisáceo iluminaba desde un techo transparente que yacía sobre mí, era difícil no confundirlo con un cielo nublado, pero podía discernirse fácilmente; aquello sobre mi cabeza no eran nubes sino cenizas que se levantaban desde el suelo. No lo había notado hasta que me puse de pie y miraba a mí alrededor. Los granos de ceniza se levantaban de uno a uno y terminaban adhiriéndose al resto que ya estaba en el techo flotando, aquello sí que era un verdadero espectáculo, parecía que estaba nevando en sentido contrario; la nieve del suelo era ceniza y sobre ella yacían lápidas, miles de tumbas a mi alrededor, todas con el mismo mensaje:

Esta alma no descansa en paz

         Entré en pánico por un momento, aquél sitio donde estaba parecía no tener fin pues se extendía por varios cientos de kilómetros hacia todos lados. Gire mi mirada en busca de alguna salida, pero el resultado era el mismo en todas partes, nada. De pronto una voz en el aire comenzaba a hablar, susurraba muy despacio que apenas y era perceptible. “Alfonse – me decía – por aquí”, al cabo de un rato comprendí; donde la escuchaba no era otro lado sino al norte, como si estuviera muy lejos y a la vez tan cerca. Forcé mi mirada a través de aquella neblina de ceniza y alcancé a descifrar una silueta detrás de una lápida. Grité tan alto como pude para que pudiera escucharme, pero aquello no pareció ocurrir. La sombra a lo lejos comenzó a caminar hacia atrás ignorándome por completo. Sabía que era imposible el que no me hubiera escuchado ya que el eco de mi voz resonó en todo el lugar.
            Comencé a correr tan rápido como pude hacia donde había estado aquella silueta, detrás de mí pude ver las huellas de mis zapatos marcándose sobre el manto de ceniza. Aquello me dio esperanzas, si aquella sombra desaparecía aún podría seguir sus huellas y tal vez, sólo tal vez, encontrar la salida de aquel pútrido lugar. Cuando llegué al punto mi desconcierto aumentó, en aquel punto no había huellas ni indicios de que alguien hubiera estado ahí. Suspiré, llegué a pensar que el pánico me estaba volviendo loco, pero al girar mi mirada hacia la derecha ahí estaba otra vez, la misma silueta yacía junto a otra lápida. No me detuve a gritar y sólo corrí, pero justo cuando casi llegaba junto a la sombra, ésta desapareció de pronto, como si se hubiera evaporado en el aire.
         Estaba muy agitado, en aquél lugar hacía bastante frío, pero al igual que antes de entrar a la mansión ninguna brisa de aire llegaba a mí. Comenzaba a recuperar el aliento cuando de pronto la misma silueta estaba más al este de mi posición. Me le quede mirando por un momento y entonces comprendí, aquella sombra quería que la siguiera y fuera a donde fuese que me guiara, cualquier cosa era mejor que quedarme atrapado en aquel espantoso lugar lleno de muerte. Corrí por muchas horas hasta que se oscureció, estaba tan agotado y sediento como nunca lo había estado en mi vida. Más de una vez caí de bruces tropezando con rocas y demás cosas que no podía ver. Y justo cuando pensé que no podría dar un paso más ahí estaba, una farola en medio de la nada estaba iluminando un sendero de piedra caliza. Al final del camino estaba la sombra esperándome, esta vez la podía ver más de cerca y pude notar que usaba un bastón y un sombrero que cubría su rostro.
            Caminando lentamente me introduje en el sendero, estaba muy cansado y mi pierna derecha parecía estar muy lastimada por lo que cojeaba con cierta levedad. La luz de la farola era tenue, casi imperceptible, pero aquello era mejor que nada, al menos ahora podía distinguir el camino que debía seguir. La ceniza continuaba elevándose hacia el cielo; mi ropa estaba manchada y mi rostro cubierto de aquél polvo oscuro. Cuando menos acordé ya estaba por terminar el sendero y llegar junto a la sombra que había estado siguiendo, la cual seguía inmutable y oculta en su gruesa gabardina. De la nada la luz se apagó y el miedo me hizo retroceder y caer. Justo cuando terminé en el suelo todo volvió a iluminarse, al parecer ahora la farola estaba al lado de aquél extraño individuo, el cual ahora estaba recargado en el poste, al parecer, fumando pipa. Sostenía la mayor parte de su peso sobre el bastón, la otra parte parecía estar apoyada sobre la farola.
            Me puse de pie y avancé hasta estar cara a cara con aquella sombra. De pronto la silueta habló, tenía un tono siniestro y algo en el aire parecía darle un eco que esparcía sus palabras.
            – Detente ahí – me dijo – ni un paso, Alfonse. Porque tú debes ser a quien llaman Alfonse Rigtown, ¿o me equivoco?
            – Tal vez – respondí, no estaba dispuesto a sufrir otro incidente como el de mi madre, debía mantener mi identidad oculta hasta estar seguro de estar a salvo – ¿Quién o qué eres tú?
            – ¿Yo? – suspiró – he tenido tantos nombres que la verdad he olvidado el verdadero, sin embargo, tienes razón, no me he presentado formalmente, así que permíteme hacerlo y que mejor forma sino preguntándote un acertijo:

Soy tu miedo antes de dormir, la razón de que pongas una vela cada noche. Soy el escalofrío que recorre tu espalda, ese terror bajo tu cama, la sombra en tus sueños, esa, la peor de tus pesadillas... ¿entiendes?
           
Mantuve mi mirada indiferente lo más que pude pero simplemente me fue imposible, aquello no ayudaba en nada y, en cierta manera, era un poco extraña aquella descripción. Mi mirada era estupefacta, mis labios se abrieron, pero no tenían nada que decir, así que permanecí callado intentando comprender aquellas palabras.
            – ¿No? – preguntó en tono burlón, luego, comenzó a caminar en círculos alrededor de mí; su identidad continuaba oculta tras aquella gabardina – ¡Pero si es muy sencillo, amigo mío!

Soy aquella a quien temes al caer, ese espectro taciturno que deambula pesarosamente. Soy lo temible. Soy las sombras, las doce campanadas; yo soy… ¿ya has adivinado?


Me quede callado, con expresión pensativa y mirada baja. No entendía nada, las pistas no tenían sentido alguno, trataba de relacionarlas, conectarlas de alguna manera, pero eso no podía ser, me puse a pensar en conexiones tal banales que la respuesta simplemente no podía ser algo sencillo de deducir. Entonces me puse a pensar que tal vez no era un acertijo sino algo más, una descripción, una sutil forma de descripción ambivalente que denotaba un egocentrismo mental. Sin embargo aquello seguía sin tener respuesta. Estaba anonado, sin pista alguna, así que una vez más guarde silencio, poniendo mirada estupefacta y expresión confundida. El extraño rio fuertemente y el eco se esparció por el lugar; de la nada la farola se apagó y todo volvió a quedar oscuro.