viernes, 30 de mayo de 2014

LAS CUATRO ESTACIONES: INVIERNO, Parte II

Prefacio: He aquí la continuación de la historia. El capítulo anterior tan sólo había sido una ligera descripción del pasado de mi personaje (Alfonse Elrich) y es por ello que fue un poco más descriptivo que nada. Esperando les agrade más mi nueva entrada, aquí les dejo la continuación de las cuatro estaciones y espero, con toda sinceridad, continúen siguiéndola con tanta pasión como yo.

Sinceramente: θανατος



II

“El mejor de los recuerdos es aquél que puede volverse a vivir”, escribió aquél autor de la novela que llevaba en mi maletín. Ahí estaba Anne, un recuerdo en carne viva. Era una chica de tez blanca y mirada cansada. El rubí en su escote brillaba con intensidad, usaba guantes entretejidos de color negro. No podía creer que fuera ella, la veía tan diferente a como solía conocerla. Recordaba a una señorita de labios rosados y mejillas ruborizadas. Había sido hermosa, aún lo era, simplemente estaba muy cambiada. Quise tomarla de la mano y saludarla cordialmente, pero ella me rechazó cruzando los brazos en su espalda.
            – ¿Qué demonios estás haciendo aquí, Alfonse? – preguntó con tono agresivo
            – Yo… – hice una pausa pensando en mi respuesta – recibí la carta y decidí volver. La correspondencia se atrasó, no tenía idea de que mi padre había muerto. He vuelto para al menos poder llorar sobre su tumba y enmendar los errores que cometí hace seis años – tragué saliva y me armé de valor – no tengo que explicar nada acerca del por qué he vuelto y menos a una sucia ama de llaves
            – ¡No debiste volver!, él ya está muerto y arrepentirte ahora no cambiará nada – gritó – estabas mejor en la ciudad, créeme. Vete de aquí ahora que tienes tiempo, Alfonse, debes marcharte, da media vuelta y nunca más vuelvas, ¿oíste?
            De pronto hizo una pausa y volvió su mirada hacia atrás. Pude escuchar unos susurros dentro de la casa mientras ella asentía con la cabeza.
– Pasa, adelante – me dijo de pronto con un tono serio, mientras, bajaba los ojos evitando los míos y la veía suspirar, no le tome importancia. Aquél sin duda fue mi segundo error
Apenas entré en la casa el ambiente cambió bruscamente, ya no sentía frío ya que la mansión estaba bastante encerrada, tanto ventanas como cortinas. En la entrada estaba el salón principal, una enorme habitación con un tapiz fino donde, según recordaba, se celebraba la convivencia. Por encima, justo en el centro del techo, colgaba un candelabro de cristal azulado bastante costoso. Frente a nosotros yacía una larga escalera que se extendía hasta el segundo y tercer piso, a la izquierda había un pasillo que conducía a las habitaciones de huéspedes o la cocina, mientras que por la derecha estaba una puerta que llevaba hacia la biblioteca. Las paredes del salón se encontraban adornadas por pinturas costosas y retratos de mi familia, organizados en un árbol genealógico pintado en la madera con tinta negra. Suspiré recordando antiguos pasajes de mi infancia; el olor a pastel recién horneado, las caídas, los juegos y las risas que solían rodear ese lugar. Sonreí para mis adentros mientras escuchaba cerrar la puerta tras de mí. El eco se esparció por la casa de forma estruendosa, el silencio sin duda era algo que abundaba dentro de la mansión.
– Sígueme – me indicó Anne
Comenzó a dirigirme hacia la habitación de mi madre. Sin decir una sola palabra empezamos a subir, los escalones estaban tal y como los recordaba; hechos de mármol, siempre limpios hasta el cansancio y resonantes al pasar sobre ellos. La casa casi siempre era muy activa, pero ahora una quietud silenciosa reinaba la mansión. El camino se volvía tedioso mientras llegábamos a la habitación principal. Seguimos subiendo mientras observaba los cuadros pintados de mis antepasados, desde mi tatarabuelo Alfonse, mi abuelo Vladimir hasta mi padre Víctor. Para la familia Rigtown no era común el gusto por los retratos, lo hacían simplemente por la presión de tener vivo su recuerdo. “Espero no tener que hacer eso algún día”, pensé mientras subíamos los últimos escalones y llegábamos a un largo pasillo, donde la puerta del final señalaba la habitación principal.
– Tu madre acaba de despertar hace poco – dijo Anne con la mirada baja – me parece que está leyendo y no tiene idea de tu llegada, ten tacto con ella, ¿de acuerdo?
Dicho eso tomó mi maletín y se fue, dejándome sólo frente a la puerta de caoba. Estaba alegre de verla, una sonrisa banal se dibujó en mi rostro, luego, ella se perdió escaleras abajo. Mi aparente felicidad duro poco, ya que debía entrar en la habitación y enfrentarme a la figura de mi madre. Respiré profundo y finalmente abrí con sumo cuidado la puerta, como si tuviera temor de romperla.
La habitación era oscura y bastante silenciosa, un potente olor a musgo y comida podrida inundaba el ambiente, sólo una ligera vela me dejaba ver por donde caminaba. No había ventanas en aquél cuarto, por lo que estar ahí era sofocante, tenso e insoportable. Los muebles parecían estar siendo carcomidos por las termitas debido al desgaste, el piso tenía tanto polvo que dejaba el rastro de mis huellas al pasar por él. Al fondo estaba una cama y una figura anciana reposaba debajo de sus sábanas a la cual no se le veía el rostro, solamente la cabellera de color blanco era lo que alcanzaba a distinguirse.
– ¿Quién está ahí? – dijo una voz con un tono bastante cansado
Mi corazón latía rápido, mi respiración se acrecentaba, parecía ser que mi garganta se había cerrado.
– Soy yo mamá – hablé susurrando con voz entrecortada mientras trataba de no romper en llanto frente a ella – Alfonse ha vuelto a casa
– ¡Eso es mentira! – gritó – ¡Tú no eres Alfonse, él está en la ciudad, se ha olvidado de su madre e ignoró a su padre el día de su velorio! – una tos seca resonó en las paredes – Mi hijo no está aquí, él jamás vendría aquí, ahora ¡lárgate de mi habitación!
Unas cuantas lágrimas cayeron desde mis ojos, recorriendo mis mejillas muy lentamente. Mi madre me odiaba y yo lo sabía.
– He vuelto madre… soy yo, Alfonse, ¿es que acaso ya no reconoces a tu propio hijo? – tragué saliva, la cual resbalaba por mi garganta como si fuera una cuchilla
– ¡He dicho que te largues!, ¿cómo demonios lograste entrar?
Su pregunta me tomó por sorpresa, mi madre gritaba con un desprecio total.
– Anne me dejó pasar – esperaba que mi comentario no metiera en problemas a mi antigua compañera – por favor madre alza la mirada, reconóceme – le dije llegando al borde de la cama
– ¡No eres más que un vil ladrón! – su voz rasposa resonaba en mis oídos – yo sé lo que quieres pero jamás te lo daré, además si en realidad fueras mi hijo sabrías que Anne murió dos años atrás… Ahora, ¡lárgate!
continuará: Miércoles 04 de Junio del 2014

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