miércoles, 28 de mayo de 2014

LA SONRISA DE LA LUNA


Existió hace mucho tiempo un pequeño pueblo en medio de un desierto, parecía ser un pueblo normal. Niños, ancianos y jóvenes todos convivían felices acostumbrados ya a la tempestad del lugar. Nada les faltaba, excepto una cosa en particular, ninguna persona en ese sitio había sentido desde hace ya bastante tiempo la brisa y la sombra que un árbol podía brindar.
En una casita a orillas del pueblo vivía una pequeña niña de tan solo diez años llamada Flora, que a pesar de no haber conocido a sus padres vivía sumamente feliz con su abuela. Flora disfrutaba de los cuentos que esta le contaba, gracias a ellos era la única niña de su edad en ese desierto que sabía todo sobre los árboles.
 -¡Abuela, abuela!- gritaba la pequeña Flora- ¿podrías contarme otro de tus fantásticos cuentos? Quiero que me cuentes la historia del primer árbol que apareció en el mundo.
 -Mi hijita estoy muy cansada y esa historia ya te la he contado miles de veces- replicó la abuela – ¿no quieres mejor escuchar la historia de la sonrisa que concede deseos? Ven siéntate en mis regazo pequeña y escucha atentamente.
“Cuando en el cielo de la noche se dibuja una gran sonrisa, cualquier humano puede pedir un deseo, el cual solo se cumplirá si se le pide con todo el corazón e intención de no causar ningún malestar”.
Después de escuchar la historia Flora supo lo que tenía que hacer para poder cumplir su más anhelado deseo “que en el centro del pueblo hubiera un gran árbol para que la gente pudiera apreciar el más hermoso regalo que la naturaleza podía otorgar”. 
Pacientemente la niña esperó y esperó, noche tras noche a que apareciera la sonrisa sobre su ventana, pero por más que la pequeña quisiera que la Luna apareciera mostrando tan solo su blanca dentadura esta no se hacía la aparecida y Flora acababa por dormirse decepcionada de no poder pedir su deseo. Sin embargo una noche en que la niña se había dado por vencida y estaba a punto de irse a dormir un destello plateado entró por su ventana… y ¡SI! Era la Luna sonriendo que parecía asomarse hacia la habitación de la niña.
 -¡Oh que felicidad, la Luna está sonriendo!- exclamó Flora con extasiante alegría - ¡Luna, Luna! ¡Oh, preciosa Luna! – Gritaba la pequeña - ¿podría usted concederme un deseo? Por favor es lo único que quiero- Suplicó tanto la nena que era imposible que la Luna se resistiera; y de repente todo se quedó en silencio y una voz tranquilizadora inundó la recamara haciendo que Flora se sintiera en paz.
 -Flora, pequeña niña, te he escuchado gracias a la pureza que hay en tu corazón y he decidido concederte un deseo- la Luna hablaba con tal parsimonia que hacía que el mismísimo canto de los ángeles se escuchara burdo a comparación- vamos, dime ¿qué es lo que deseas?
 - Señora Luna, lo único que quiero y deseo con toda mi alma es un árbol, un árbol que crezca grande y frondoso en el centro del pueblo, para que así todos los que aquí habitan puedan experimentar la maravillosa sensación de estar sentado bajo la sombra de uno y la brisa en la cara que este mismo regala; esto señora es lo único que deseo, por favor concédamelo, estoy dispuesta a dar cualquier cosa a cambio.
 -Trataré, pero te advierto que no es algo sencillo de cumplir- respondió la Luna.
La Luna finalmente accedió a cumplir el deseo de Flora, pero lo que la pequeña no sabía y su abuela no le dijo es que la Luna siempre pide algo a cambio más en una situación en la que el deseo es casi imposible de cumplir pues las probabilidades de que un árbol creciera en ese lugar tan árido eran casi nulas.
“Si un árbol es lo que quieres ver
Esta labor debes hacer
Con un corazón humano debes reponer
El deseo que te voy a conceder”.

      Con este verso se cerró el trato entre la Luna y la pequeña; esta última temerosa pero decidida lo aceptó sabiendo las consecuencias que consigo traería.
Muchos días estuvo buscando un corazón para la Luna pero no tuvo suerte. Desesperada ya, de nada conseguir, tomó una difícil decisión.
      Era un día lluvioso y la anciana abuela buscaba a su nieta -¡Flora, Flora!- gritaba la pobre vieja; sin recibir respuesta alguna se dispuso a regresar a su choza con la vaga esperanza de que su nieta la estaría esperando ahí. Cuando estaba a punto de abrir la puerta instintivamente miró hacia sus pies, tal fue su sorpresa al notar que la charca de agua sobre la que ella estaba tenía un extraño color escarlata y que desde lo alto de una pequeña colina escurría más de este extraño líquido. Corriendo a todo lo que sus pies le permitían se dirigió al lugar de donde ella sospechaba provenía aquel insólito torrente; entre lodo, agua y sangre divisó el pequeño cuerpo sin vida y corazón de su querida nieta; la pobre anciana se arrodilló pidiendo al cielo una explicación, así que la Luna le contestó:

“Solidaria tu nieta fue
Compartir su deseo quiso
Entregar su corazón prefirió
Para poder construir un paraíso”

“Al fin la abuela lo comprendió, 
Su nieta un deseo albergaba, 
Un árbol poder entregar
En lugar de su vida humana”

                                                                       
                                                                                                 

Ojo de Vidrio

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