NOCHES A TRAGOS
Disfruto de pasarme la noche
a tragos, bien hondos. Tragos de serenidad y silencio, que hacen de mi tímpano
una resonancia exquisita dónde naufragar, casi como cuando nos atropellábamos
la piel, -¿recuerdas?-. ¿Pero quién
busca placer en la boca de un saxofón?... claro, un viejo cacófono, hombre
absurdo intentando encontrar los besos
en los labios-miel de aquella señorita llamada do-re-mí, demasiado estridente para los
gustos comunes.
Aquello de la intelectualidad
es puro ornamento, letargos de hombre azul carentes de crearse alas con las
plumas de los sentidos y echarse a volar.
No me fío de los que les agrada todo tipo de “música,” me parecen tan ortodoxos
al tiempo presente. No arriesgan. No vuelan. No pierden. Me aburren. Se acurrucan en los ritmos más mascados sin sabor y textura, patrocinados por
el subdesarrollo cultural. Pero que va, esos son otros temas que no merecen una prosa trémula
como la mía. Sí, trémula, nerviosa y al borde del séptimo renglón de un párrafo
agrietado dónde las notas penetran.
-deberías ser músico-
-No, eso de mimetizar
especialmente a una Euterpe afroamericana, no se me da-
Maldito aquel el del espejo,
insinuando fantasías con las que a más de alguno le gusta irse a dormir. No
duermo. Mis ojeras coquetean con ese volar amargo delas manecillas por los
aires de la madrugada. Parvada mórbida de memorias.
-recuerdo cuando te
levantabas en medio de la noche, encendías un cigarrillo y con esa terquedad
que te distingue insistías en volver a girar el jazz newyorkino de Paul Desmond, aunque lo tuvieras en el ipod. Te veías tan mamón, pero me gustab…
-¡Cállate ya!, esfúmate a
otro papel y déjame beberme la noche a tragos, para después fumarme el alba.
Las
luces desfallecen, la melodía se desinfla cual globo en un limbo y tú, tú ya no
sé si esta noche al fin ya no existas. Aunque confieso, que eso de escribir me
gusta.
Hombre de Carbón.
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